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sábado, 15 de enero de 2011

Dos Visiones

Sentado en la plaza de mi pueblo y bebiendo una fresca cerveza junto a un gran amigo en la noche de ayer.
La humedad caía y el frío nocturno se hacía notar en mis huesos. Todo era un placer. Una conversación agradable: política, internet, ordenadores, economía, mujeres. Lo de siempre.
De pronto otra vez aquel tufillo que me produce vómitos.
!Incienso no, por favor.!
Chaquetas impresentables, corbatas horteras, gafas de sol a las nueve de la noche, gomina, chicle y lagrimitas de cocodrilos por ver de nuevo a los maderos antropomorfos paseando por las calles. !Dios santo e inmisericorde, pero si hace cuatro días que tuvimos la borrachera de la Magna!
La noche se prometía divina y tuvieron que estropearla los de siempre. La glorificación de la sangre en la sien, el sufrimiento, el dolor, los glóbulos rojos y blancos saliendo a borbotones por la espalda, las cicatrices abiertas en canal y llenas de diminutos insectos que trastean entre los huesos, hematomas llenos de pus maloliente. La angustia y la muerte.
!Puffffff, otra vez no!

La noche prometía su media luna, su fina capa de escarcha, sus gotitas cristalinas de humedad, los olores que empiezan a llamar a la puerta del invierno. La vida.
De pronto y como justo regalo para La Isla Misteriosa, apareció por primera vez ante mis ojos un ángulo verde enfundado en una "chupa" de cuero. No miró la angustiosa imagen del dolor y el sufrimiento, ni siquiera paró para contemplar el último e inservible sacrificio bíblico.
No hacía falta. La vida le salía por los ojos y por las manos y por la sonrisa, y por los pómulos de puñales que cortaban el relente en briznas de hierba verde. La visión sólo duró diez respiraciones forzadas, diez instantes suficientes para olvidar de nuevo mi ecuación preferida.

El campo visual de nuevo se enmarcó con sangre y angustia. Todo había terminado. El incienso penetró por mi nariz destrozándome todo el sistema neuronal. El olor nauseabundo de los chicles mascados y la gomina sudosa y derretida, danzó de nuevo libremente por mi alrededor.

Lo demás, todo lo demás quedó en mi cabeza. Allí dormirán hasta un nuevo deseo, una nueva alucinación, un nuevo momento en el que los arquitectos de sueños edifiquen una fugaz aurora boreal de sólo diez segundos.

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