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domingo, 19 de junio de 2011

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¿A qué esperas para matarme? Tienes el surco bien marcado en mi piel. Tan sólo te queda apretar y fundir el frío acero en los costados que te sirvieron para abrazar a tu primer hombre. ¿A qué esperas? Tienes mi piedad y juegas a favor de los vientos. Nadie podrá olerte y nadie podrá oírte. Mátame y tiñe la nieve que aguarda bajo mis pies, en cientos de millones de microcristales con rojos de sangre. Quémalos con frío. Lícualos con el viscoso sabor de mis delirios. Serán respuestas de sangre y castigo. Mátame, ¿a qué esperas? Te juro no gritar, ni siquiera te miraré para que puedas trabajar con más ahinco. No pronunciaré tu corto nombre para evitar que los ciclones repitan mi voz. Cerraré la boca y mi lengua olvidará los paraísos salados que vivió dentro de ti. ¿A qué esperas? Mátame. Mátame... ... o ellos volverán a dibujar en el cielo, el final de tu tormenta de remordimientos.

3 comentarios:

  1. Es díficil comentar el post, querida isla. Decirte que sólo cuando se producen tormentas de sentimientos los cielos son capaces de besar al sol.

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